Cada Navidad Samantha solía pedir un regalo especifico, la salud de su hermanito. Diego era un niño alegre de siete años que siempre estaba sonriendo y ayudando en todo lo que podía, lo cual era muy poco, ya que no podía estar de pie. Le encantaba salir al parque a observar los pequeños animalitos que paseaban por ahí. Las ardillas eran lo que más lo intrigaba, sobre todo cuando salían antes del invierno a juntar tantas bellotas en sus bocas como podían, y Diego compartía ese gusto así que ella arrastraba su sillita de su casa al parque todos los días. Ella siempre ponía la carta con su deseo en el arbolito de Navidad, nunca pedía juguetes o muñecas. Su único deseo era que Diego pudiera caminar otra vez, después de eso, habría tiempo para muñecos. Las vacaciones de invierno habían empezado hace ya dos semanas y Samantha no había hecho nada más que jugar con su hermanito. Sus padres insistían en que ella saliera con sus amigos, pero ella contestaba “después habrá tiempo para eso”. La Navidad llego pero esa fue otra Navidad que el deseo de Samantha no se cumplió, pero ella no se rendiría, estaba segura que alguna Navidad su deseo se volvería realidad, y ella nunca perdería la esperanza.